Probablemente habrás escuchado la historia del niño que ahorraba
para poder comprarle a su padre algo de tiempo debido a que este siempre estaba
ocupado.
Hace tiempo una persona nos comentaba de la recién aventura que
había realizado al decidir de improviso hacer un viaje de fin de semana con su
hija a una playa del Pacífico Mexicano. "Mañana (viernes) no irás a la
escuela" le dijo. La niña, un tanto asustada, protesto pero finalmente
acepto gustosa dado que las posibilidades de convivir con su madre eran
escasas debido a que esta trabajaba como representante médico para un
importante laboratorio lo cual implicaba permanecer mucho tiempo fuera.
"Es que nunca la veo" confesó la madre.
Ya en su destino conocieron a un extranjero quien les relató
como había cambiado su vida al dejar su país en el cual ocupaba un importante
puesto dentro de una universidad, y una situación económica estable, para irse
a ese rinconcito en la playa a vender pulseras y cantar con su guitarra. “Qué
horror” dijo otra persona que se había aproximado a la conversación, “ a mí ESO
me estresaría, vivir de esa manera”.
La historia, que no termina ahí, pero que para efectos de lo que
queremos ilustrar es suficiente, nos habla de una situación que probablemente haya escuchado (o vivido) una y otra vez, y es el tan anhelado balance entre la
vida y el trabajo, que parece ser cada vez más difícil de alcanzar. La mayor
parte de las personas dedicamos mucho tiempo al trabajo y muy poco y en ocasiones
nulo, a las actividades recreativas y al tiempo en familia.
Incluso, para quienes trabajan desde casa, la necesidad de estar siempre conectados vía remota a la oficina “por lo que se pudiera ofrecer”, o peor aún, para quienes son obligados a mantener el celular encendido aún los fines de semana y vacaciones, sufren de lo que hemos denominado “El síndrome de estar siempre ocupado”.
“Pero es que no trabajo por gusto – dice ella- sino por
necesidad; tengo que mantener a mis dos hijos, claro que me gustaría estar más
tiempo con ellos, pero ¿cómo lo hago?” Sin duda, la situación social y
económica del país ha generado que muchas madres, como la protagonista de la
historia, tengan que trabajar horarios completos, siete días a la semana, etc.
Sin embargo, también la necesidad que hemos creado los seres
humanos de “mantenernos siempre ocupados, corriendo y atendiendo urgencias” nos
hablan de este ritmo acelerado de vida, en el cual muchas veces nos vemos
inmersos, y del que en ocasiones solemos pensar “esta persona debe ser muy importante,
tiene su agenda llena”, lo cual es en realidad, insistimos producto del estilo
de vida actual, pero también de falsas creencias que hemos albergado respecto
al uso del tiempo. Pensamos que actividades como el descanso y la recreación no
son necesarias, e incluso son despreciables.
Mas aún: muchas de las actividades que realizamos en el
presente, se orientan a los beneficios que obtendremos de ellas en el futuro.
De tal modo, muchos padres y madres de familia trabajan afanosamente para
“forjarles un futuro y una seguridad económica a sus descendientes, pero la
realidad es que pasan muy poco del tiempo presente con ellos”. Sus hijos, serán
educados por sus abuelas, sus maestras o por las nanas, no por sus padres.
El estrés que pudiera haberte generado esta historia, tiene por
objeto invitarte a reflexionar:
- ¿De qué manera puedo pasar más tiempo en familia?
- ¿Puedo pasar menos tiempo en la oficina o en la computadora?
- ¿Todas esas horas invertidas en el trabajo, son verdaderamente productivas?
- ¿Soy capaz de apagar el teléfono mientras como, o no brincar a contestar si suena?
- ¿Soy capaz de ver una película completa sin ser asaltado por el remordimiento o la idea de que tengo algo más importante que resolver en ese preciso momento?
- ¿Me deprimo cuando no tengo nada que hacer?
Si has contestado sin titubear a las anteriores preguntas, va por
buen camino.
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